Carta al Cielo

 «Una vez me pediste que te prestase mi mano para escribir las palabras que me dictaban tu corazón. Hoy soy yo la que te escribe, intentando recuperar todo lo que se me quedó en el tintero, y espero que puedas oírme desde el cielo, donde sin duda hoy te encuentras. No fue una casualidad que te cruzaras en mi camino, cuando creía que tu me necesitabas a mi, pero era yo la que aprendía de ti. Dios sabe más. La vida constantemente retándote y tú siempre respondiendo con una sonrisa, diciendo “que no te gustaban las cosas fáciles”. Gracias a ti por abrirme tu corazón y a la vida por permitirme conocer a una persona tan maravillosa como tú. Ibas en silla de ruedas, pero aquello parecía un todoterreno amiga mía. Nada te paraba. Te encantaba pintar y espero que ahí arriba pintes cada atardecer para que los que estamos aquí abajo nos sintamos un poquito más cerca de ti. 

  Bondadosa, porque no querías que otra persona cargase con tu cruz, siendo consciente de que no sería fácil, por todas las personas que dejas aquí que has querido y te quieren. 
Ahora entiendo por qué tantas veces intentabas “dejar las cosas atadas” por si algún día te ibas sin avisar. No nos hemos podido decir adiós, pero porque esto no es una despedida. Estás en mi vida, guiando cada decisión y cada paso, porque una persona como tú, deja huella en una persona como yo. 
 
Llevabas un pañuelo en la cabeza, pues eras un soldado de Dios, que te quiso llevar con Él al terminar tu batalla. Luchando hasta el final.
 
Solo me queda decirte que voy a recordarte siempre en aquel porche de la entrada de Regina, sentada, con expresión tranquila, disfrutando del regalo de un nuevo día. 
 
Acompáñame, guíame y dame esa fuerza innata en ti. Acuérdate de mi, porque yo siempre lo haré.
 
Te quiero amiga
 María Graus, voluntaria de Regina Mundi