Chema: Nuevo Testimonio de los Campos de Trabajo en la Casa de Granada

p1050675

Me llamo José María (pero me hago llamar Chema), tengo 24 años y yo también he pasado por la casa o, como dicen algunos voluntarios, «ella ha pasado por mí». Hace menos de un año se me ocurrió plantear para el verano un «campo de trabajo» en San José, mi parroquia. La idea era salir de Albacete unos días y vivir una experiencia distinta a las convivencias que ya organizábamos (campamentos en la playa, Taizé, camino de Santiago, etc.): un viaje para acercarnos al pobre. Ni yo mismo sabía qué haríamos, qué tendríamos que preparar, cuánto costaría, dónde podría ser… Vamos, una aventura. Por eso, hace un par de meses estaba, quizá como tú ahora, visitando la web de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús. Era mi primer contacto con la casa.

Pero, ¿por qué un viaje para acercarnos a los pobres? ¿¡A los pobres?! ¿Por qué a los pobres? En el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, versículos del 31 al 46, está la respuesta. Confieso que yo nunca había hecho algo parecido. No tenía conciencia de que Cristo es pobre.

Hoy, después de un mes de estar en la casa de Granada, te escribo a ti, lector, que buscas razones. La experiencia vivida de cada uno de los que pasamos por allí es distinta. No es obvio, estamos acostumbrados a leer, a todos los voluntarios, que fue maravilloso, inolvidable, emocionante, nos dejó huella, etc. y, siendo verdad, queda todo por decir. Dónde pasó, dónde lo viste, con quién estabas. Decía San Agustín «*en el cielo dicen Aleluya, porque en la Tierra han dicho Amén*». «*Amén*» es una entrega sencilla, humilde, pobre, de la cual sólo tú puedes ser autor; «*Aleluya*» puede ser una sonrisa en lo más íntimo.

A mí me pasó el último día, un ratito antes de la Eucaristía. Un acogido me pidió que le llevara al baño. Reconozco que no era mi asignatura favorita. En la casa uno toma conciencia de muchas cosas, entre otras, que todas las personas necesitamos comer y asearnos, y cuando uno no se puede valer por sí mismo nos gusta que alguien se preocupe de ayudarnos. Nunca pensé que sería uno de los momentos más felices. «Efectivamente», hubo «*Aleluya*». El «* Amén*» fue hacerlo como yo hubiera querido que me lo hicieran.

Después de todo, me doy cuenta que soy egoísta. He descubierto que no me
gusta ayudar. Quizá cuando lo haya hecho buscara el reconocimiento, el éxito
personal de una actitud disfraz acorde a una moral cristiana… Una personalidad que no es mía, alejada de quién soy realmente. Sí puedo decir que aseando a un acogido era feliz, me sentía lleno, no podía pedir más, no esperaba más.

Me despido ya, creo que ya he dicho muchas cosas. Pero antes, doy las gracias a cuantas personas me han animado, por pasiva y por activa, a vivir esta aventura. También estoy muy agradecido a la familia del Sagrado Corazón, me han acogido como uno más. Gracias.

Como es una carta abierta, te pido Señor que conviertas mi corazón, me hagas
solidario con mi prójimo.