Carmencita, el ángel de Granada

Carmencita, el ángel de la Casa de Granada, nos ha dejado después de 41 años en la Institución, para irse derechita al cielo. Esa era Carmencita, un verdadero ángel, una niña especial, «un bebé grande». Hace apenas tres días que nos dejó. Ha dejado una profunda tristeza en cada uno de los miembros de la Casa pero también el gozo de saber que ahora vive para siempre en el abrazo eterno de Dios.

Un ángel que el Señor nos ha permitido disfrutar durante 41 años. LLegó a la Casa de Granada siendo una niña. Todo el que la ha conocido ha recibido mucho de ella, alguien que humanamente no hablaba, «no hacía nada», y sin embargo lo hizo todo, lo verdadero humano, amar y dejarse amar, porque sólo el amor mueve el mundo, y ella cumplió su misión a la perfección. Carmencita se dejó querer, en un abandono total, y expresó el amor de la manera más sencilla pero más hermosa, a través de pequeños gestos, sonrisas, miradas, apretones de manos…Ella supo como nadie despertar la ternura en nuestros corazones y sacar de nosotros lo mejor que teníamos dentro.

Tal vez, alguien podría preguntarse qué sentido tenía una vida así, pero su vida desde los ojos de la fe y desde la mirada de Dios, tenía pleno sentido. Carmencita ha sido un verdadero regalo de Dios para todos los que hemos tenido la oportunidad de conocerla. Su vida era puro reflejo del amor de Dios que es todo ternura para sus criaturas.

Carmencita, como todos nuestros acogidos, ha sido un verdadero Cristo vivo. Ella de una manera especial; Y como Jesús, pasó su vida haciendo el bien: a todos los que le rodeaban, a sus compañeros que la adoraban, a los voluntarios que tantos sentimientos buenos despertaba en ellos, a las empleadas que la han podido cuidar, y sobre todo a las hermanas de la Institución, que la acogieron con los brazos abiertos  hace 41 años cuando la Institución comenzaba su andadura en Granada, en el seminario de San Torcuato, y a todas las que a lo largo de estos años han pasado por esta casa y han entregado parte de sus vidas en cuidar a un ángel tan frágil y tan tierno.

Carmencita ha vivido así, como un ángel, sin hacer ruido, con un silencio y unos gestos que hablaban por sí mismos más que las propias palabras. Participaba en todas las actividades de la Casa, Eucaristías, fiestas, en la terraza, en la sala, con su sola presencia; Siempre en nuestro ambiente de familia. Y como un ángel adoró al Señor ante el Santísimo a diario desde que empezó la pandemia del coronavirus. El día que España fue confinada, empezamos a exponer el Santísimo diariamente en nuestra capilla, porque sólo el Sagrado Corazón podía velar mejor que nadie por su Casa y por sus preferidos enfermos, como decía la Madre Rosario. Diariamente Carmencita estuvo ahí en su presencia, acompañando a Jesús y siendo cuidada por Él al mismo tiempo, y así se convirtió en la adoradora oficial de la Casa de Granada junto con Sarita. Y estamos seguras de que ella ha sido el mejor instrumento por el que el Sagrado Corazón nos está cuidando tan bien en esta pandemia.

Y hasta hace unos días se dejó cuidar como siempre. El día 5, fiesta de Ntra. Sra. de las Nieves, patrona de Sierra Nevada, en Granada, la acostamos en la cama para no volver a levantarse. El día 6 la Iglesia celebró la Transfiguración de Jesús, y en esa madrugada, la Virgen Blanca vino a buscarla para llevarla al cielo porque blanca era su alma y nadie como ella estaba preparada para volar y contemplar en vivo la gloria de Dios. Tantas veces le habíamos llevado a la VIrgen de Lourdes a su cama, el día de su fiesta y de la Madre Rosario, y ahora María venía en persona a recogerla.

Y providencial fue su despedida. Todos los acogidos y hermanas estábamos reunidos temprano en la Capilla para la Celebración de la Palabra y recibir al Señor en la Comunión. En ese momento la bajaron ya de cuerpo presente y la llevaron junto a todos, delante del Señor que acababa de ser expuesto. Como cada día permaneció delante de la Custodia. No hizo falta avisar a nadie, estábamos todos, enfermos, hermanas y empleados, como familia, reunidos ante Jesús y nuestra niña que nos daba el último adiós. La hermana Presen la despidió en nombre de todos. Y llenos de emoción, con lágrimas en los ojos cantamos ese «Resucitó» que se hacía vida en el alma de Carmencita.

Sabemos, a pesar de la pena y el vacío tan grande que nos ha dejado, que ella es plenamente feliz, y que desde el cielo, en los brazos de Dios, nos cuida a nosotros como durante tantos años hemos intentado hacer con ella de la mejor manera que hemos sido capaz. Ahora intercede por todos nosotros, por toda la Institución, que como deseaba la Madre Rosario se ha volcado para que su vida en la Institución haya sido para ella la antesala del Cielo.

Un verdadero ángel, un verdadero regalo. Sólo podemos dar gracias a Dios por todo lo que nos ha regalado a través de su niña, uno de los más grandes preferidos de su Corazón.